Estábamos sobre mi cama, hacía frío. Nos mirábamos, nos queríamos. Mi mano subía por tu rostro y lo recorría despacio, sin apuro. Normalmente estaríamos besándonos sin control, pero hoy era distinto, podía saber que es lo que ocurría con tan sólo observarte. Ese momento duró segundos y luego pestañeaste; sabía que todo era mi culpa.